TRAMAS SOCIALES • N° 05 | ISSN: 2683-8095
109González - Jaime - Quiles | “La palabra de la otredad en primera persona”
ARTÍCULOS JÓVENES
nombre y constituyó como diferencia (Figari, 2007
en Figari, 2013, p. 138).
La otredad es un sujeto moderno/a y su origen está en la
unificación que históricamente se ha hecho de las pobla-
ciones los países conquistadores y colonizadores desde
donde se tuvo la impertinencia de establecer parámetros
unificadores de la población lo que permitió identificar
un nosotros y “unos otros/as”. Estos últimos son diferen-
tes, rústicos y desemejantes a lo conocido como normal.
“identidad y otredad se entrecruzan y se constituyen mu-
tuamente; el mundo blanco y eurocéntrico crea al “otro”,
en la medida en que le impone unas formas específicas
de conocer y habitar el mundo (Quijano, 2000).
Entonces mirar y sentirse otro/a se aprende en el marco de
las pautas culturales de los agentes de socialización, lo que
varía de acuerdo a las posiciones en la estructura social y
en el territorio. De la primera se participa pues los/as suje-
tos “no se someten sólo a reproducir las dirigencias de ta-
les estructuras, sino que la participación de los individuos
es progresiva a los cambios que se derivan en él y en las
estructuras mismas de la sociedad” (Quiles, 2020, p. 42)
En cuanto al territorio aquí los/as sujetos se posicio-
nan desde las diversas y adversas formas de “estar” y
“ser” en el territorio el cual se convierte en el “soporte”
de los cuerpos”, pues se lo significa como hospitalario
(contiene, alberga, sostiene) o no hospitalarios (recha-
za, incomoda, excluye, expulsa). El territorio no refiere
únicamente a la dimensión geográfica o al espacio, sino
que incluye otros elementos como la economía, la orga-
nización social- familiar de los seres sociales, la cultura,
la política, entre otras partes; es un espacio en que los ac-
tores construyen pro cesos sociales que permiten a su vez
cuestionar determinadas relaciones de poder. Es, como
lo señala Schneider, “una cons trucción social del espa-
cio que ocurre de forma colectiva en tre los individuos y
las instituciones que están en el territorio” (Schneider y
Peyré Tartaruga, 2006, p. 20). Aquí la otredad y las otre-
dades se construyen y reconstruyen a través de un proce-
so dialéctico de territorialización, des-territorialización
y re-territorialización. La territorialización refiere a que
el/la sujeto identifica un significante a quien se le da un
sentido y significado que lleva a que estos/as se apropien
del espacio y se “sientan parte de él”, he aquí la importan-
cia de “administrar expresiones importantes de poder en
la construcción del mundo y en la forma de representar-
lo” (Sosa, 2009, p.361). La desterritorialización implica
el cuestionamiento de su habitabilidad, haciendo una
ruptura con el sentido de pertenencia del territorio en el
cual se está por decisión o por circunstancias adversas a
sus posibilidades de elegir. A posteriori de este proceso
se inicia la reconstrucción de lo simbólico, lo significa-
tivo emergiendo el sentido de estar y pertenecer a ése
lugar y así alcanzar la re-territorialización del mismo.
La otredad en este proceso de apropiación, desapropia-
ción, y reapropiación del lugar “participa” desde su lugar
de relegación, es decir desde su marginalidad, exclusión
o expulsión social. La exclusión “pone el acento en estar
por fuera del orden social (…) el excluido es meramente
un producto, un dato, un resultado de la imposibilidad
de integración” (Duschatzky y Corea, 2007, p. 17 y ss.). Es
quien se queda fuera del sistema, y el estado continuo
y el deterioro de esta condición, hace posible “pasar” al
estado de sujeto expulsado, “un des-existente, un des-
aparecido de los escenarios públicos y de intercambio.
El expulsado perdió visibilidad, nombre, palabra, es un
“nuda vida (...) ha entrado en el universo de la indiferen-
cia porque transitan por una sociedad que parece no es-
perar nada de ellos” (Duschatzky y Corea, 2007, p. 24).
Entonces hablar de territorio implica el intento de desdi-
bujar, y mejor aún “borrar”, la frontera entre el adentro y
el afuera, permitiendo el “movimiento” brusco o silencio-
so de las significaciones y los sentidos de quienes buscan
“estar y ser” de la mejor manera posible, es aquí donde se
está como otredad. Desde aquí es desde donde se mira,
se percibe, se interpreta, se comprende y se participa del
mundo en el cual se piensa la diversidad y lo diferente
como amenaza.
En este sentido hay una percepción antagónica del otro
que irrumpe mi existencia, me interpela me cuestiona,
es contrario a la mismidad que me constituye, el otro
me desacomoda, me desestructura me deconstruye, es
hostil se presenta ante mi como peligroso, entonces lo
construyó como hostil lo pienso fuera de la centralidad,
de mi propio yo, de mi mismidad, para colocarlo en un
otro descentralizado de mí, al margen- sujeto periférico
a mi centralidad - próximo (prójimo), pero distinto con
límites de tolerancia e intolerancia.
Hay una demarcación de límites desde la perspectiva
de la tolerancia, se marcó una frontera desde lo tolera-
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