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TRAZOS - AÑO VII – VOL.II – DICIEMBRE 2023 - e-ISSN 2591-3050
truoso altera el equilibrio de aquella “naturaleza” desbaratando los límites,
las reglas, las clasicaciones y coordenadas espacio-temporales. En otras pa-
labras, lo monstruoso abre un umbral que hackea el pensamiento dicotómico
al encarnar las fuerzas de lo indomable y la potencia subversiva de lo múltiple.
El monstruo acuerpa lo abyecto, lo aberrante, lo grotesco, lo intolerable, lo
aterrador; y con ese cuerpo desbordante interrumpe las matrices de inteligibi-
lidad para dislocar la norma.
En relación con lo anterior, es interesante remitirnos a la historia de la pa-
labra monstruo. En la voz española, el término deriva del latín monstrare que
signica exponer, revelar, mostrar y se conecta también al verbo monere que
reere a la idea de advertencia. Podríamos decir entonces que el monstruo, ex-
pone y revela la fragilidad del orden que una sociedad se ha dado a sí misma,
a la vez que advierte sobre la monstruosidad de ese mismo orden ya que, por
muy naturalizado y legitimado que esté, su función siempre es separar, jerar-
quizar e instrumentalizar. Es decir que lo monstruoso cuestiona nuestra visión
epistemológica del mundo y posibilita el señalamiento de lo excluyente y lo
exhaustivo de nuestros sistemas de categorización (Moraña, 2017).
En consonancia con lo anunciado, el presente Dossier está compuesto por
cuerpos-artículos que presentan a la monstruosidad como zona de contacto,
en la que el monstruo cincela un entre lugar, visibiliza e interrumpe el dogma
y se proyecta del monstruo individual a lo amorfo de la apertura hacia nuevas
posibilidades. En “Monstruos anatómicos: fetichismo cientíco y “errores de la
vida” en el siglo XIX” Nehuén Faggiano analiza, a partir de los casos de Sarah
Baartman (1789-1815) y Joseph Merrick (1862-1890), cómo la ciencia del siglo XIX
convirtió al monstruo en sinónimo de anormalidad, ya que históricamente se
han patologizado los cuerpos que no responden al “patrón” (siempre blanco,
masculino, heterosexual, esbelto y occidental). Este artículo nos exhorta a revi-
sar la distinción de Canguilhem entre monstruoso y monstruosidad para com-
prender mejor la forma en que la ciencia eurocentrada trabaja desde la mons-
truosidad, a la vez que inaugura una nueva comprensión de lo monstruoso.
Por otro lado, Héctor Daniel Aguilar Ramírez, en “Terror tropical: tecnolo-
gías de la monstruosidad al otro lado”, examina una selección de obras del
artista costarricense Roger Muñoz (1990), en cuyas imágenes analiza cómo la
alteridad y la monstruosidad se conguran mutuamente de manera situada. El
autor nos convoca a pararnos del otro lado para revisar cómo el terror tropical
devela las relaciones de dominación colonial y congura a la monstruosidad
como tecnología que determina y atraviesa cuerpos, territorios, roles de géne-
ros y relaciones de poder.
Las maneras en que las representaciones de lo monstruoso y los imagina-
rios del terror inciden, en la contemporaneidad, sobre las experiencias concre-
tas de precariedad, vulnerabilidad y exclusión son el eje central en el artículo
“Nadar de noche. Mito y realidad en Mañana siesta tarde Noche”, de Mauro
Horacio Figueredo. En el mismo, el autor explora la dimensión performativa de