
TRAZOS - AÑO VIII – VOL.I – JUNIO 2024 - e-ISSN 2591-3050
54
temores arraigados, inmanentes, atemporales, que tenemos como humanos. Es-
tos pueden ser el miedo a los poderes de la naturaleza, el miedo a la soledad o el
miedo a la muerte. Más allá de las diferentes creencias sobre cómo el mundo ter-
minará y cuándo ocurrirá, hay una necesidad humana de pensar la existencia con
un principio y un n. Hay una persistencia en las cciones sobre el n del mundo,
que atraviesan cada contexto histórico, y aunque actualmente haya una suspica-
cia frente a las cciones apocalípticas, continúan funcionando.
El término cción no lo utilizo como algo opuesto a la realidad, sino que, por
el contrario, las cciones conguran y dan forma a nuestra experiencia de lo real,
brindándole estructura y signicado. La realidad, que parece ser caótica y com-
pleja, solo se vuelve comprensible y manejable a través de estas construccio-
nes narrativas y conceptuales que utilizamos para darle sentido. Encontramos
esta concepción, por ejemplo, en Jean-François Lyotard, quien en “La condición
post-moderna” (1991) sostiene que las narrativas, o lo que él llama “metarrela-
tos”, no solo representan la realidad, sino la conguran actuando como marcos
interpretativos que nos permiten navegar y entender el mundo en el que vivimos.
El mito apocalíptico es una cción que responde a una necesidad de dar sen-
tido a la historia, una consolación ante los miedos que despierta nuestra existen-
cia y mediante ese sentido convencerse de que el n no sería solo un n, sino
una transformación hacia un estado perfecto. En términos de Frank Kermode, los
humanos nacemos en un mundo que no nos pertenece, en una existencia que no
comprendemos. Pero en ese lapso de nuestra vida requerimos acuerdos cticios
con los orígenes y nes que puedan darle un telos a nuestra existencia. (Kermo-
de, 2000, p. 18)
Por eso, cuando surgió la pregunta sobre por qué Zoroastro anunció que el
mundo que él conocía sería transformado en breve, una de las respuestas posi-
bles refería a su contexto el cual se basaba en injusticias y caos. La batalla nal
entre el bien y el mal, el apocalipsis, presupone un n de la maldad y una eternidad
para los buenos, un consuelo sobre el temor al caos desconocido que es la vida
y una nalidad para nuestra existencia, en la que los humanos eligiendo como
somos en vida podemos elegir cómo será nuestro futuro. De esta manera, otorga
una nalidad para la vida, pero también sentido al presente y control sobre el futu-
ro desconocido que nos depara.
A lo largo de la historia, los miedos e incertidumbres existenciales no han
dejado de aparecer en la humanidad, lo que ha dado lugar a la búsqueda de res-
puestas que den sentido a nuestra existencia, y con ello, a nuestra historia. Entre
las diferentes cciones que moldean nuestra experiencia de lo real, destaca la -
gura del apocalipsis, una narrativa que ha perdurado y evolucionado a lo largo del
tiempo. Esta gura reeja la necesidad humana de aferrarnos a distintas ccio-
nes que otorguen signicado a nuestra existencia, preriendo creer que el mundo
será destruido antes que aceptar que nuestra historia carece de un propósito nal
y que nuestra existencia no tiene un sentido intrínseco. La cción apocalíptica su-
giere que el sentido que le otorgamos a la historia reside en su n, anticipando una