TRAZOS - AÑO IV – VOL.II – DICIEMBRE 2020 - ISSN 2591-3050
22
sostienen la vida en común, ya sea las tradiciones nacionales o las diferentes
versiones de la globalización, se edican sobre texturas y tonalidades de la opo-
sición animal/humano. Nos interesa en este apartado presentar lo animal como
un aspecto central para el análisis de la soberanía y la pena de muerte en el
presente.
Derrida postula que “no hay socialización, ni constitución política, ni polí-
tica sin principio de domesticación del animal salvaje” (Derrida, 2008, 117). En
gran parte, la diferencia que separa lo humano de lo animal es hoy un sostén de
cualquier técnica de gobierno, difícilmente podría sostener el capitalismo o la
democracia en un mundo donde animales y humanos fueran iguales en térmi-
nos de derechos. Podríamos pensar que en el origen de lo político se encuentra
la domesticación de los animales como hecho histórico central, en el paso de
las comunidades nómades a las sedentarias. Según Barthes, el primer animal
domesticado fue el perro que provenía de lobos europeos y asiáticos, al seguir
a los grupos nómades de cazadores humanos para alimentarse de sus restos
cambiaron la estrategia de la caza favoreciendo la aparición de la ganadería
(Barthes, 2005, 71-74). Las selecciones y la domesticación de animales los lleva a
la más extrema fragilidad, incluso al riesgo de agotar las posibilidades genéticas
de recambio. A su vez, Barthes llama la atención acerca de que el mundo mismo
está bajo el peligro inherente de la domesticación. Derrida coincide con este
diagnóstico: “las relaciones entre los hombres y los animales deberán cambiar.
Deberán hacerlo, en el doble sentido de este término, en el sentido de la necesi-
dad ‘ontológica’ y del deber ‘ético’” (Derrida, 2002, 75). Giorgi, por su parte, arma
que “el edicio de las soberanías nacionales requiere una distancia axiomática,
a la vez ontológica y política” (Giorgi, 2014, 83) respecto a los animales. Consi-
deramos así que las condiciones de posibilidad de la nación se encuentran en
gran parte en el paradigma oposicional animal-humano. Ante esto, suponemos
que la subjetividad política contemporánea sigue estando inuida por esta eco-
nomía fundamental. Esto es evidente en distintas tecnologías de gobierno.
Por una parte el carnismo, como lo dene Joy (2010), es el sistema de creen-
cias en el cual comer ciertos animales es considerado ético y apropiado. No se
trata de comer carne por necesidad, sino por decisiones basadas en creencias.
En tanto que ideología violenta, el carnismo permanece social y psicológica-
mente invisible, se presenta como normal, natural, necesario y por lo tanto jus-
ticable. Esto se apoya en diversas instituciones que construyen mitos sobre
los que se sostienen las complejas operaciones simbólicas que dotan de per-
formatividad al carnismo. La fórmula del carnismo se podría sintetizar en ‘las
cosas son así’, tal como dice Barthes “lo que es evidente es violento, aun si esa
evidencia aparece representada suavemente, liberalmente, democráticamente”
(Barthes, 2018, 115).