en muchas áreas de conocimiento y en muchos autores, se gestó en medio de
la guerra de los 30 años. Dicha guerra, acaecida entre 1618 y 1648, fue el produc-
to de una creciente tensión religiosa entre los luteranos y los católicos. Popkin,
puede una vez más iluminarnos, con más detenimiento, sobre aquello que
estaba en disputa entre ambos bandos: la religión oficial católica, se vio fuerte-
mente cuestionada por un movimiento religioso iniciado por Martin Lutero, un
intelectual alemán que cuestionó fuertemente la autoridad de la tradición
católica, el Papado y sus concilios. Su postura radicaba en la denuncia de la
falta de criterio para determinar legítimamente la autoridad de la institución
católica. Al no haber una regla de fe certera que diera por verdadera la interpre-
tación de la santa escritura del Papado, Lutero, con mucha aceptación, ponía en
jaque la hegemonía del poder cristiano correspondiente a la tradición católica.
Los luteranos afirmaban, que era la Biblia la autoridad máxima y no el poder
papal, por lo tanto, la interpretación de las santas escrituras, hecha por los
católicos, no podía considerarse como la única correcta. Por ello, los reformis-
tas defendían la libre interpretación de la Biblia, al no haber una autoridad
legítima que determinara una interpretación única, cada cristiano podía abra-
zar el culto religioso y amar a Dios con independencia de cualquier institución
oficial (Popkin, 1983, 22-43).
Luego del famoso concilio de Trento, en el que los católicos se autoproclama-
ron contrareformistas, comenzó una pugna para determinar que bando religio-
so conquistaba la hegemonía de Europa. Dicha contienda, sin grandes conflic-
tos bélicos durante el siglo XVI, termino en una sangrienta guerra en el siglo
XVII. Este contexto de conflicto determinó enormemente el clima intelectual de
la época: mientras que al comienzo de las tensiones sin confrontación directa
se enraizaba un humanismo tolerante, al emerger la guerra, se reconfiguró el
campo intelectual hacia un dogmatismo cientificista.
Toulmin se pregunta muy acertadamente “¿Qué ocurrió realmente para que
las actitudes europeas sufrieran una transformación tan drástica entre 1590 y
1640?” (Toulmin, 2001, 39). En el siglo XVI, cuando emergió el reformismo religio-
so, el clima intelectual tomó vertientes mayormente tolerantes. Muestra de ello
es el gran renacer del escepticismo que tuvo ocasión en el siglo XVI, justamente
con motivo de dirimir las disputas religiosas. En muchos casos, el protestantis-
mo, utilizaba el escepticismo para demostrar por qué a través de la razón resul-
taba imposible sostener una regla de fe, es decir, un criterio que determine de
modo objetivo la verdad religiosa. Por ello, había que suspender el juicio, y que
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TRAZOS
AÑO III - VOL I
OCTUBRE 2019
ISSN 2591-3050