nada. Esta cuestión por la presencia y la ausencia, el todo y la nada, lo visible y
lo invisible, la imagen y la idea pondrá a Nancy en una encrucijada, lo cual lo
hará postular al vestigio como un fenómeno. El vestigio es una forma de remi-
sión de la imagen, es decir de su propia forma, aquello que es pura temporali-
dad, lo que se detiene de algo que jamás se queda inmóvil, de lo que no puede
apropiarse el arte y lo único que queda de él es su huella. Pero más tarde Nancy
aseverará que el vestigio no es específicamente una esencia del arte, es, a decir,
una figura; es un trazado de la imagen y un esparcimiento de la idea. “El vestigio
es el resto de un paso” (Nancy, 2008, 131), es aquello que da testimonio de un
acontecimiento, no es una imagen, es lo que queda de ella, una vez efectuada
la obra ya es tiempo, es pasado venido presencia.
En suma, y corriendo el eje de la discusión de Nancy, el vestigio en el cine
documental está patente en cada una de las formas argumentales, lo relatado
siempre es pasado, es un algo constantemente en retirada desde cada uno de
los sentidos que enuncian las palabras. La palabra filmada en los documenta-
les expone, como venimos insistiendo en todo nuestro texto, esa temporalidad
pura, que es más real que el propio mundo narrado y que encuentra su totali-
dad estructural más que en el cine-ficción postulado por Deleuze.
Las situaciones más banales, las más reales, son remodeladas por el simpe hecho
de filmarlas. Evidentemente, la fuerza y la belleza del documental se deben a esa
relación privilegiada que tiene con el mundo real, con las realidades del mundo.
Las relaciones de fuerza, los poderes, las instituciones, las prácticas, las formas de
actuar, las técnicas: ese es el campo de juego del cine documental. Pero por abar-
car todas esas realidades, por meterse en ellas, por enfrentarse a los órdenes y
estructuras existentes, a los hombres tal y como las sociedades los modela, el cine
documental no deja de ser, ante todo, cine (Comolli, 2015, 280).
Más allá del apartado político que tiene esta última cita -la cual manifiesta
muy bien la posición que ejerce el cine documental para Comolli en la mayoría
de sus obras-, la frase que merece el título de este texto, a decir, “detrás de la
desaparición de las palabras: la del tiempo” (Comolli, 2015, 113) en conjunto con
la descripción final de esta cita “el cine documental no deja de ser, ante todo,
cine” (Comolli, 2015, 280); juegan un rol muy fuerte como material crítico frente
a, como diría Comolli, la dictadura de las imágenes.
Si bien, todos estos elementos -las imágenes, las palabras, etc., forman parte
del proceso y posteriormente producto fílmico, las palabras parecen desvane-
cerse en la intencionalidad total del cine-mercado al ofrecer imágenes, veloces,
feroces y cada vez más complejas. Más que una palabra filmada que fragüe esa
reflexibilidad de la que nos hablaba Deleuze, se pone todo el ahínco en la
imagen que relega la palabra, y que es allí, donde desaparece el tiempo.
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TRAZOS
AÑO II - VOL II
DICIEMBRE 2018
ISSN 2591-3050