
TRAZOS - AÑO VI – VOL.I – JULIO 2022 - e-ISSN 2591-3050
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o político, etc.) no es cuestionable, so pena de quedar fuera del sistema social
y productivo. En el discurso que lleva su nombre, el amo (S1), reprimiendo la
verdad de que él también es un sujeto del inconsciente y el lenguaje ($), se
dirige al esclavo u obrero (S2), produciendo como resultado la plusvalía y los
objetos de consumo (objeto a). Esta sería la estructura del lazo social inherente
al capitalismo clásico, época en la que Freud escribe “El Malestar en la Cultura”
(Lacan, 1992).
Para algunxs autorxs, como la psicoanalista argentina Alejandra Loray, con
el paso a la siguiente fase del capitalismo (llámese líquido, posmoderno, neoli-
un nuevo engendro discursivo, basado ya no en la represión del disfrute sino en
la inversión radical de su funcionamiento discursivo: la obligación de gozar y la
promesa de eliminación de ciertos límites psíquicos entendidos como estructu-
rales para el psicoanálisis. Según Loray:
garante de los vínculos sociales, ha sido cuestionado en su raíz, lo que
algunos sociólogos llaman corrosión del carácter, sociedad líquida o declive
del programa institucional. Esto fue provocado por el auge del discurso
capitalista que rechaza todo límite y deja a los hombres aislados como meros
Si el capitalismo industrial tenía como sine qua non para subsistir el tra-
bajo alienado en la fábrica, el capitalismo actual se apoya en la exigencia del
consumo generalizado para sostener la proliferación de múltiples gadgets tec-
detenerte, incluso quizás lo disfrutes” (Fisher, 2018). Imposible es nada, la socie-
dad no existe, si piensas positivamente alcanzarás tus sueños, vive, ama, ríe, SE
FELIZ y otros eslóganes imperativos del estilo, tan caros a las nuevas produccio-
nes subjetivas, no culminan en la “liberación” del deseo sino todo lo contrario.
Si el deseo se dene en función de una ley y se orienta así hacia sus objetos
privilegiados de acceso restringido, el levantamiento de dicha ley no produce
la felicidad sino la desorientación de un consumo desenfrenado, la angustia de
la embriaguez y la resaca de la sobredosis. El deseo, para el psicoanálisis, se
instituye sobre una insatisfacción elemental, en tanto funciona como motor de
la vida, y la completa satisfacción del mismo equivaldría a la muerte del sujeto.
la misma deja como saldo un resto inasimilable, un “no era eso” que retiene la
satisfacción (parcial) pero empuja el deseo un pasito más allá. Este resto ina-
similable como causa del deseo es lo que Lacan denomina objeto petit a: un
agujero en lo simbólico que imposibilita el encuentro total (complementario)
entre el sujeto y el objeto, y siempre aparece como una falta o un exceso (Lacan,
ser una moneda fiduciaria.
“El deseo y la ley son la misma cosa en el sentido de que su objeto les es común” (Lacan, 2006, p. 119).