Gran parte de las naciones latinoamericanas, como génesis fundacional, vació en bronce a algunos de sus egregios oprobios: conquistadores, encomenderos, traficantes de esclavos, genocidas, generales de milicias que masacraron a poblaciones enteras y un etcétera previsible. Si es verdad que, como plantea Ernest Renan, las naciones son menos lo que recuerdan que lo que son forzadas a olvidar, podríamos preguntarnos cuál es el rol de la monumentalización y de la invención de la memoria pública y de los patrimonios nacionales en ese olvido fundador.
La ola de intervención, impugnación y derribo, según el caso, de monumentos dedicados generalmente a próceres varones, se ha generalizado en los últimos años en el continente y en el mundo. ¿Cómo podemos leer esa voluntad iconoclasta? ¿De qué forma abordarla dando cuenta del impulso político que lo encauza? ¿Podríamos pensar a la iconoclasia detrás de la intervención y el derrumbe de las estatuas y monumentos recientes no sólo como la impugnación de un nombre propio, un sujeto histórico, un genocida o un tratante de esclavos, sino también como el derribo de ese gesto soberano, de una relación con la autoridad, la relación de reconocimiento a quién narra, quién fija, quién nombra?
Participan en las acciones iconoclastas colectivos indígenas, colectivas feministas, grupos organizados de mujeres contra la violencia patriarcal, grupos políticos en lucha por la recuperación de tierras; pero también lo hacen ciudadanos individuales, transeúntes que se unen a un llamado colectivo. A su vez, las voces instituidas hablan de la necesidad de evitar el “daño patrimonial”, insisten en “la preservación de los signos identitarios” –aun cuando, como mostró gran parte de los reportajes mediáticos durante las marchas del 8M en Ciudad de México, la gran mayoría de la población que estaba en la calle “defendiendo a los monumentos” no sabía quiénes estaban representados en los monumentos ni qué lugar en la historia tenían. Esta no es necesariamente una “falla” del poder, quizás lo contrario. Pero la pregunta emerge sobre este punto: ¿qué le sucede a una sociedad que está llamada a “preservar” aquello sobre lo cual carece de relato, o cuyo relato ya no tiene correspondencia con el sentido, con la experiencia, con el “efecto de verdad”?
Publicado: 2024-07-15